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La sorprendente vida de Andrés de Urdaneta

De origen vasco, Andrés de Urdaneta se echó al mar a los 17 años como criado de Sebastián Elcano. Fue náufrago en las islas del sudeste asiático pero sobrevivió y logró dar la vuelta al mundo. Sus servicios y conocimientos de cosmógrafo y marino fueron requeridos por Pedro de Alvarado, Antonio de Mendoza, Luis de Velasco y Felipe II, pero decidió convertirse en fraile agustino para vivir sólo a las órdenes de Dios.

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Nació en Villafranca de Oria, donde su padre Juan Ochoa de Urdaneta fue alcalde. Su madre se llamaba Gracia de Ceráin. En 1525, el joven Urdaneta ya era criado de Sebastián Elcano y en esa calidad formó parte de una expedición al mando de García Jofre de Loaysa, que zarpó de La Coruña y que estaba compuesta de 7 navíos donde iban embarcados unos 450 hombres. Su objetivo era llegar a las Molucas y colonizarlas.


La nao capitana se llamaba Santa María de la Victoria, era un edificio de 360 toneladas y su timón pertenecía a Jofre de Loaysa. El navío Sancti Spíritus, de 260 toneladas, era el reino de Sebastián Elcano, segundo jefe de la expedición, y casa de su criado Andrés de Urdaneta. Los demás barcos eran de dimensiones menores, y de cualquier manera habrían de naufragar. No frente a los hostiles portugueses a lo largo de las costas africanas, ni por las costas brasileñas, ni tampoco al atravesar el estrecho de Magallanes donde se perdieron de vista un par de naves, sino en el Océano Pacífico.


En efecto, en los primeros meses del año 1526 el Sancti Spíritus fue vencido por el mal tiempo y convirtió a sus tripulantes en náufragos. Y, aunque este era un anuncio del ocaso del eximio navegante Sebastián Elcano, todavía no era su hora. Fueron rescatados él y su criado junto con otros tripulantes más. Pero en junio de ese año un huracán feroz los hizo parecer barcos de papel y dispersó la expedición por todas partes. Sólo mantuvo el norte la nao capitana, haciendo honor a su nombre. Muchos años después se supo que de los demás, unos naufragaron en Tahití, otros en Nueva Zelanda, otros en Cebú y el resto en la Nueva España.

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Pocos días después del huracán, el escorbuto apareció en la nao capitana para llevarse al otro mundo a los más viejos. El 24 de junio mató al piloto Rodrigo Bermejo; el 13 de julio, al contador de la expedición; el 17 del mismo mes no tuvo piedad de Jofre de Loaysa. Entonces, el mando de la expedición pasó a Juan Sabastián Elcano, pero por poco tiempo porque el 4 de agosto le tocó entregar el alma, casi al mismo tiempo que Álvaro de Loaysa. Sólo quedaron vivos unos 30 tripulantes y entre ellos Andrés de Urdaneta.


El 5 de septiembre anclaron, al fin, en la isla de Guam. Entonces trocaron la soledad del navío y los riesgos del mar por los sobresaltos de la guerra frente a indígenas y portugueses. En 1527 destruyeron y desmantelaron la nao Victoria para fortificar su real y así tener mejores posibilidades de defensa. A cambio, renunciaron al regreso y esperaron un auxilio improbable de la Nueva España. Llegó, no obstante, al año siguiente de 1528 en una flota al mando de Álvaro de Saavedra Cerón. Pero la esperanza del regreso a España se esfumó cuando en 1529 el capitán murió y la tripulación fue capturada por los portugueses.


Ese mismo año se firmó la paz entre España y Portugal. Así, todos los españoles sobrevivientes tuvieron la posibilidad de regresar a Europa en barcos portugueses, pero Andrés de Urdaneta no lo hizo. Por el contrario, sabemos que se convirtió en comerciante, aprendió la lengua del archipiélago y se enamoró de una mujer local con quien tuvo una hija. Sin embargo, en 1536 todo cambió súbitamente, aunque no sabemos la razón. En enero de ese año se embarcó en un navío lusitano llevando consigo a su pequeña hija. En junio llegó a Lisboa y completó la vuelta al mundo.


En 1538 encontró a Pedro de Alvarado, quien acababa de recibir un nuevo nombramiento por 7 años como gobernador de Guatemala, y aceptó trabajar para él en una expedición marítima que preparaba para explorar el Océano Pacífico. Ese año se embarcó rumbo a la Nueva España. Pero otra vez llegó la desgracia porque, mientras la flota descubridora estacionaba en el puerto de La Navidad, Alvarado murió el 4 de julio de 1541. Entonces, Urdaneta se convirtió en minero y en corregidor gracias al virrey Antonio de Mendoza y dio la espalda al mar, rechazando participar en la expedición de 1542 encabezada por Ruy López de Villalobos. La empresa fue considerada un fracaso y junto con él se apagaron las iniciativas de esta naturaleza.

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Pero cuando el rey Felipe II tomó el cetro, todo cambió. Pidió a su virrey de la Nueva España, Luis de Velasco, organizar una expedición marítima con el fin de colonizar las islas Filipinas. Entonces, el virrey no dudó en buscar a Andrés de Urdaneta, quien ya era agustino, para que participara en esta tarea. Pero el monje se negó. En 1559, el agustino recibió una carta del rey, quien le solicitaba implicarse en dicha expedición. Entonces aceptó en una misiva que firmó en mayo de 1560, a pesar de su avanzada edad, decía, y de alterar con ello sus planes de vida monástica.


Su tarea particular era, en realidad, encontrar el tornaviaje de las Filipinas a la Nueva España. Cuando el virrey le preguntó si era posible el retorno, él habría contestado que incluso en carreta.


En noviembre de 1564 Andrés de Urdaneta zarpó del puerto de La Navidad y al año siguiente, en efecto, volvió a la Nueva España. De este modo fue posible mantener un viaje seguro y constante entre Acapulco y Manila, indispensable para mantener una gobernación hispana en Asia. Tres años después, en el convento agustino de México, Andrés de Urdaneta falleció a los 60 años. ✔

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